Hoy os dejo por aquí el único Fanfic que he escrito en mi vida escritoril y como no podía ser de otro modo de un libro del maestro Stephen King.
Es uno de mis libros favoritos (también el de él, me consta).
Mucha gente dice que solo es un libro autobiográfico y dedicado a su esposa, pero yo pienso que es mucho más. Es una historia diferente en un mundo aparte, un mundo salido del pensamiento del escritor: Boo`ya Moon, un refugio donde esconderse del mal rollo.
Stephen King logra que los sentimientos de Lisey por Scott traspasen las páginas del libro. Y debes Ponerte las Pilas Cuando Consideres Necesario (PPCCN) para salir a buscar a tu verdadero amor, para salvarte a ti mismo y librarte de los temores que se esconden tras la cortina violeta. El amor de verdad, aquel que no te abandona ni siquiera tras la muerte.
"Algunas cosas tienen que ser ciertas porque no les queda otro remedio"
DÁLIVA, FIN.
💜
EL LAGO AL QUE TODOS ACUDIMOS A BEBER
No había vuelto a entrar al estudio de Scott desde su último viaje a Boo'yaMoon y de eso hacía más de tres años. Ahora, con la mano en el picaporte, se preguntaba a sí misma qué estaba haciendo allí; tal vez la conversación con Amanda le había afectado más de lo que creía. Conejito Manda se había marchado muy enfadada cuando Lisey se negó a continuar hablando de un tema que ya era agua pasada. ¿Amanda había vuelto a viajar por su cuenta y riesgo? ¿Acaso su hermana había insinuado que Scott se le aparecía en sueños otra vez? Eso era imposible, el asunto ya estaba zanjado. ¿O no?
‹‹Es hora de actuar babyluv, ponte las pilas››.
La voz de Scott resonó en la habitación y Lisey giró el pomo con rapidez buscando refugio en el despacho, escondiéndose de la voz de su marido. No debería escucharla ¿por qué había vuelto?
Cerró la puerta apoyándose en ella y pensó rápido en qué hacer a continuación. La voz de su difunto marido se había apagado hacía tiempo, igual que los viajes de un mundo a otro y los sueños vívidos montada en un saco de harina. Todo. Sin embargo, ahora volvían a sonar sus palabras y era hora de ponerse las pilas, pequeña Lisey. Miró alrededor. Las estanterías vacías seguían en el mismo sitio, ajenas al paso del tiempo, acumulando polvo. Los muebles permanecían allí donde los había dejado, lo cual era lógico, pues en este mundo el mobiliario no caminaba, tal vez en Boo'ya Moon si.
Avanzó unos pasos, insegura, temerosa de que desde algún rincón algo
—o alguien—
apareciese de repente. ¿Tal vez un chaval larguirucho?
‹‹Calla Lisey›› se dijo. La moqueta hacía un sonido extraño con cada paso que daba. Había agua debajo de la moqueta. Mucha agua. Lisey se acercó a un mueble apoyado en la pared y vio cómo el agua brotaba de uno de los cajones, como si de una catarata en miniatura se tratase. El cajón estaba entreabierto y de él asomaba una tela que Lisey reconoció a simple vista. La colcha afgana de la buena de Ma. Su ancla. Esa que le había impedido esfumarse durante todo ese tiempo rumbo Boo'ya Moon. La misma que había traído empapada de agua del lago tras el último viaje.
El lago al que todos acudimos a beber.
Lisey tiró de la colcha y cerró los ojos incapaz de pensar en nada, la sensación de estar desvaneciéndose acudía a ella y multitud de olores indescriptibles aparecieron. Apenas pudo reconocer ninguno, había pasado tanto tiempo…
Cuando abrió los ojos una resplandeciente bola naranja le dio la bienvenida. Era de día en Boo'ya Moon y eso era algo bueno, según recordaba.
—¡Lisey! —murmuró una voz conocida a sus espaldas—. ¡Rápido! ¡Debes ir al lago!
Se giró mirando a todas partes, pero allí no había nadie, tan solo el bello campo de lilas.
—¿Por qué me ha traído hasta aquí el ancla? —preguntó enfadada alzando los brazos—. ¿Por qué? ¡Esa no es su función! ¡Su función...
—¡Corre! —gritó la voz interrumpiendo sus palabras.
—¿Amanda? ¿Qué... —empezó a preguntar, pero se detuvo al escuchar los aullidos y risas que provenían del bosque de las Hadas.
Echó a correr. Si quería llegar al lago no le quedaba otro remedio que cruzar, aun cuando los reidores habían empezado a carcajearse y eso no era buena señal.
Corrió sin mirar atrás con la sensación de que algo la perseguía. El corazón latía desesperado a punto de estallar. Debía llegar al lago, allí estaría a salvo.
Cuando llegó a la gran Roca Gris se paró un segundo a respirar y miró al cielo dispuesta a rogar a algún dios que le diese el aire que le faltaba. Cuando alzó la vista y no vio más que oscuridad volvió a correr. No sabía en qué momento se había hecho de noche, ni por qué no se había dado cuenta. No importaba, Boo'ya Moon ya no era un lugar seguro.
El chaval larguirucho, apodo que le había regalado Scott, le dio la bienvenida al lago, ese lugar antes a salvo de todo mal. Allí estaba, tan alto como los árboles que Lisey había dejado atrás, tan ancho como un larva gigante, tan negro como la oscuridad misma.
El larguirucho parecía contento, se bañaba y ocupaba casi toda el agua que Lisey podía ver. Bajo él, nadaban unas extrañas criaturas como peces gigantes, del tamaño de personas. Sus bocas abiertas parecían reír sin dientes.
El chaval larguirucho se fijó en Lisey y la miró con su enorme y único ojo. Rio. Sus carcajadas hicieron vibrar el agua del lago y en la boca de aquel monstruo Lisey distinguió cuerpos inertes, las mismas personas que habían estado en las gradas mirando las alceas. Su propia hermana Amanda, devorada por aquel ser inmundo.
—¡Conejito Manda! —gritó.
Y continuó gritando cuando se halló de vuelta en el estudio con la colcha afgana entre las manos todavía mojada del agua del lago al que todos acudimos a beber.
Durante los días que siguieron a la pérdida de su querida hermana, Lisey intentó regresar a Boo 'Ya Moon. Se aferraba todas las noches a la colcha afgana esperando despertar bajo la gran bola de luz anaranjada y el olor floral inundando sus sentidos. Nada de esto ocurrió.
Amanda había convocado a Lisey por última vez antes de ser devorada por el chaval larguirucho. La voz que Lisey había creído reconocer como la de su difunto marido era en realidad la de su propia hermana llamándola desde el otro lado.
Un día Lisey decidió deshacerse de la colcha dando toda esperanza por terminada. Cuando se dirigía al cubo de basura de la entrada de la casa que había compartido con el bueno de Scott, un reflejo en la ventanilla de su coche llamó su atención.
Lisey se acercó agarrando con fuerza la colcha afgana como si esta le diese el valor que le faltaba. No vio más que su propio rostro reflejado allí. Hacía mucho tiempo que no temía mirar a los cristales y espejos, el larguirucho había desaparecido al igual que su hermana Conejito Manda y su escritor favorito, amante y amigo Scott Landon.
Lisey tiró la colcha y cerró la tapa del cubo con furia mientras una lágrima solitaria rodaba por su mejilla derecha.
Pasó de nuevo ante su coche y miró sin temor el cristal de la ventanilla, no esperaba ver lo que vio. Allí estaba de nuevo el chaval larguirucho, observándola.
—Te cogeré pequeña Lisey —susurró—, te veo.